DEL HOGAR
Venía, el ungüento, en un bote color melocotón de algún material atractivo al tacto y deliciosa forma cilíndrica, de unos seis centímetros de diámetro y veinte de alto, tremendamente tieso, absolutamente fálico. Guardaba este tipo de producto en la estantería de la ducha, para friccionar mis muslos cada mañana y conseguir, gracias al potingue, el efecto planchado. Pero lo cierto es que cuando tomé con mi mano semejante cetro, cuando me encontré con tan atractivo utensilio entre mis dedos, que no alcanzaban a cerrarse, mi cabeza se abotargó de reminiscencias placenteras.