Los presentes cierran sus puños y comparan,
pensando: podría ser el mío,
y se mueve.
Se mueve, como una isla que flota sola
y crece o disminuye a voluntad de la marea
y hay en él cierto fuego, todavía,
como si debajo del músculo hubiese una semilla
para la que no existe tierra fértil
o estación lo suficientemente hermosa
para ser incapaz de repetirse.
Late y sangra en el vacío.
No hay a quien bombear toda esa sangre.