La estación de lluvias comenzó al día siguiente, y siguió lloviendo de forma intermitente el resto del viaje. La carretera de montaña estaba embarrada, y los petates de nuestros fardos, pese a los contundentes impermeables que llevábamos, inevitablemente cada día se humedecían más; sólo servían para «cultivar hongos», como Nan observó agriamente una noche.