Tampoco en este aspecto sus ilusiones habían durado mucho. Tras haber creído que, con buena conducta y aplicación, llegaría a puestos superiores, pronto pudo comprobar que las recomendaciones lo eran todo; a los empleados de provincias los protegían sus diputados, y siempre conseguían medrar. Él había nacido en París, no tenía ningún personaje que lo ayudara y se quedó en simple escribiente, así que copió y volvió a copiar, año tras año, montones de expedientes, trazó innumerables líneas de sumas totales, hizo pilas de estadillos, repitió miles de veces las fórmulas de saludo de los oficios; en este juego, su celo se fue enfriando y, ahora, sin esperar ya ninguna gratificación ni ascenso alguno, era poco diligente y nada entregado.
Renuncia silenciosa