Cuando salgo de la tierra, con mi fusil en la mano izquierda y mi machete en la mano derecha, no me preocupo mucho de mis camaradas. Ya no los conozco. Caen a mi alrededor, de bruces, uno a uno, y yo corro, disparo y me tiro al suelo boca abajo. Corro, disparo y repto bajo las alambradas. Es posible que a fuerza de disparar haya matado a un enemigo por casualidad, realmente sin querer. Es posible. Pero lo que quiero yo es el cuerpo a cuerpo. Por eso corro, disparo, me tiro al suelo boca abajo y repto para llegar lo más cerca posible del enemigo de enfrente. Cuando veo su trinchera, sigo arrastrándome, luego, poco a poco, casi no me muevo. Me hago el muerto. Espero tranquilamente para atrapar a uno. Espero a que salga uno de su agujero. Espero la tregua de la noche, la relajación, que se acaben los disparos.