Todo el tiempo, en cualquier circunstancia, nos manejamos en términos de divisiones y aislamiento; el individuo se plantea como unidad frente al mundo exterior y a sus pares; la mente se separa del cuerpo y se pretende que el funcionamiento de ambas instancias sea independiente. Los pensamientos se establecen en términos de oposición, comparación, contradicción, separación y diferencia; este tipo de discriminaciones constituye el surgimiento de la sensación de falta en el ser humano.
La discriminación con mayores efectos es la que divide al Yo del Tú, un procedimiento de aislamiento que se produce no sólo en relación con los demás individuos, sino también en el propio interior de cada persona. Tal como veremos en “La sección oscura del Yo”, todo individuo mantiene una parte de su personalidad oculta, reprimida y que se experimenta como carencia inconsciente. A esta porción desconocida se la denomina “sombra”, concepto tomado de Carl Jung. La separación del Yo es el comienzo ineludible de la polaridad; a partir de esta práctica discriminatoria, el sujeto aprende —por así decirlo— a distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, a los hombres de las mujeres, como si cada una de estas partes fuera cerrada, sin ninguna característica de su opuesto y con cualidades distintas de las que posee su contraparte.
La noción de contrarios impide ver que todos poseemos los dos extremos en nuestro interior, sólo que hay facetas del Yo que se muestran y otras que se esconden. La distinción impone también la actividad de quitar. La exclusión consiste en la idea de que no es posible quedarse con las dos alternativas —bueno-malo, blanco-negro, hombre-mujer, alto-bajo— y que el ser humano está siempre obligado a elegir. La actividad analítica propia del sujeto es la que instituye la polaridad y lo encierra en ella; la carencia es conflicto, sensación de falta y, en consecuencia, también es una causa de enfermedad.
La polaridad es sinónimo de patología, de vivir en el pensamiento unilateral y, por lo tanto, en el desequilibrio de permanecer en uno de los lados de la vida sin contemplar lo opuesto, sin considerar la posibilidad de lo distinto.