Yaa Gyasi

Imaginé lo que estaría pensando: «Decidí dedicarme a las ciencias puras para no tener que aguantar a mujeres emotivas»

Ella lo sabía y yo lo sabía, y ambas tratábamos de pasar por alto lo que sabíamos: que habíamos sido cuatro, después tres, dos. Cuando mi madre se marche, sea o no por su propia mano, solo quedará una

había solo cinco mujeres y yo era una de las tres estudiantes de doctorado negras de toda la Facultad de Medicina

Puede que la neurociencia pareciera una labor «inteligente», pero, desde luego, a nadie le parecería algo «sexi». Si añadíamos a eso mi negrura, tal vez yo era una anomalía excesiva para él. Jamás volvió a llamarme

estaba despojándome de la piel de un cristianismo que insistía en que debía preservarme para el matrimonio y que me había insuflado miedo a los hombres y a mi cuerpo

Aun así, paseando con mi padre, ella había visto cómo Estados Unidos cambiaba en presencia de hombres negros de gran tamaño. Había visto cómo él trataba de encogerse, encorvando esa espalda larga y orgullosa cuando recorría junto a mi madre el Walmart, donde en cuatro meses lo acusaron de robar tres veces

Un «te quiero» de la mujer que una vez había dicho que esa frase era una aburofo nkwaseasԑm, una tontería de blancos

podía emplearse la optogenética para identificar los mecanismos neuronales que se dan en aquellas enfermedades psiquiátricas donde aparecen trastornos relacionados con la búsqueda de recompensa, como en la depresión, donde la búsqueda de placer se inhibe en exceso

¿Podría servir para que un hermano deje de pincharse? ¿Para que una madre se levante de la cama?

Nana fue el primer milagro, el verdadero milagro, y la gloria de su nacimiento proyectaba una sombra muy alargada. Yo nací en las tinieblas que esa sombra dejó, y lo entendía