hasta tres cuartos de campo propio. La línea de defensa y de volantes, al parecer, tenían expresas instrucciones de entregarle el balón y una vez que este lo tenía, no se quedaba ni engolosinaba con él, simplemente levantaba la vista y observaba la posición de Gilmar, quien, como picado por una avispa, ya se había separado de su marcador y le trazaba una diagonal a su hermano para que este le arrojara una bola con asombrosa precisión. El resto lo hacía Gilmar.