Ahora, de pie, puedo verle bien la cara. Mis pies se clavan en el suelo y mis pulmones dejan de funcionar. Su risa no tiene nada que ver con su cara. Ojos de gato, cejas arqueadas y piel lechosa.
Es jodidamente impresionante. Y sus mejillas son rojo fuego.
―Lo siento mucho ―jadea, la mano cayendo sobre sus labios de capullo de rosa.
―No hace falta. Está bien ―digo, pero sigo sintiendo que todo sucede a cámara lenta.