estos manuales, señala Seidman, «para que el lector se sienta cómodo», se le asegura que el comportamiento sexual no es un indicador de la verdadera naturaleza de una persona. Según esta ideología –que proviene de Walt Whitman y Oscar Wilde, pero que degenera con Friedrich Nietzsche–, las sensaciones, incluso si son sensaciones extremas, son buenas en sí mismas. Si a esta “voluntad de poder” sexual le añadimos una cucharada del argumento de Freud, según el cual el individuo tiene “permiso” para todo lo que se le ocurra en el subconsciente (puesto que sobre los deseos subsconscientes no tenemos ninguna responsabilidad y, por tanto, ninguna culpa), veremos que encaja perfectamente con la intoxicante economía consumista de posguerra de Occidente. Esto fertilizó el terreno para que enraizara la experiencia pornográfica