Por primera vez me sentí protegido por los muros del Colegio, comprendí lo que era la sombra del hogar. Como hasta entonces había mudado tantas veces de residencia, y en la aldea con la que estaba identificado mi pensamiento, había vivido en una casa hostil y ajena (sí, la aldea era mía, pero ninguna de sus casas, ningún dormitorio, ningún patio, ningún corredor; los gatos que tuve fueron despedazados por los perros del dueño de la casa que azuzaba a las bestias con sus gritos y sus ojos carnosos),