De pie junto al puente, el poeta observaba a la joven que se acercaba. El mundo se detuvo al ver sus ojos, grandes y oscuros, y su pelo castaño, peinado formando elegantes ondas.
Al principio no la reconoció. Era tan hermosa que cortaba el aliento con sus movimientos gráciles y seguros. Y algo en su rostro le recordó a la niña de la que se había enamorado años atrás. La vida los había llevado por caminos distintos y él siempre había llorado la pérdida de su ángel, su musa, su amada Beatriz. Sin ella, su vida había sido solitaria e insustancial.
«Y ahora aparece mi bendición.»