Freida McFadden

Con solo echarle un vistazo, dirían: «Sí, tú serás la niña siniestra número tres».

Se le ha formado una uve de sudor en la camiseta, que se le pega a la piel, de modo que se le marcan todos los músculos. Y no son músculos de culturista, sino la musculatura firme de un hombre que se gana la vida con sus manos.

Sí, vale, me lo estoy comiendo con los ojos, qué pasa.

Bueno, tal vez no lo deje. Pero quizá pida un aumento

—Te comenté lo de sus alergias, Millie. Esto es intolerable.

No es verdad. En ningún momento me ha dicho que Cecelia sufra alergia a los cacahuetes. Me juego el pellejo a que no.

Qué has hecho con ellas?

En primer lugar, ¿por qué cree que sus notas están en la nevera? En segundo, estoy segura de que no me he deshecho de ellas. Bueno, segura al novena y nueve por ciento. ¿Existe una pequeña posibilidad de que me encontrara un papelito arrugado sobre la encimera y lo tirara creyendo que era basura? Sí. No puedo descartarlo

Merci —digo.

Crispa los labios.

—No. Grazie.

—Grazie —repito.

ocurriendo.

La puerta no se ha atascado.

Está cerrada con llave

Yo había estado buscando su único defecto garrafal.

Lo he encontrado.

Las raíces. Me parece demencial que esté tan molesto por eso. No son más que unos milímetros de cabello

Sufrirá una especie de fetichismo capilar? ¿De eso va todo esto?