Durante varios años estuve tan enamorada de un hombre que vivía al otro lado del Atlántico que era imposible entender cómo iba a poder vivir después de que primero me llamara a su lado y luego me dejara como si yo no valiera nada. Me escribió en una carta que había llegado a la conclusión de que quería tener contacto conmigo, y lo que me saltó en el pecho cuando leí aquella carta fue una felicidad imposible de refrenar, así que cuando, unas semanas más tarde, me escribió: «Estar contigo sería a bet no one could recommend», me quedé en un limbo en el que permanecí muchos años y en el que quizá aún siga. Él fue quien por primera vez formuló con palabras la debilidad a la que, unos años después, me darían un nombre en la fábrica. Yo era como un ser desarraigado, no encontraba tierra y en mis fantasías siempre quería demostrarle a él que estaba equivocado. Que yo era del todo normal, equilibrada, pero siempre fracasaba.