Kathryn Skidmore Blair

Federico García Lorca Antonieta tenía un proyecto de trabajo: su nuevo amigo

Había recibido el toque curativo de la bondad, y aprendido a apoyarse en amigos

Se sentía a salvo entre aquellos hombres como entre sus Contemporáneos. Podía ser ella misma, sentir el pulso de los cabarés, Harlem y las magníficas revistas negras lejos

Y él, qué? ¿Cuánto amaba a José? ¿José desposeído de la presidencia, desposeído de sus partidarios, de la adulación y la expectativa? ¿Qué podía ofrecer ella a un José derrotado? ¿Qué podía ofrecerle él a ella? ¿Era el amor de un hombre compartir el dolor, la dicha y las depresiones o era solamente compartir una cama? Ella quería una posesión total y un compromiso total. Lo desvistió de todo hasta dejarlo desnudo y miró.

Sólo en brazos uno del otro encontraban respiro y re

fugio. Un refugio temporal.

Pero el odio puro tenía la virtud de purificar.

Yo soy la suma de docenas y docenas de antepasados, ninguno de los cuales puede ser destruido

“He de moldear mi futuro como yo quiera”, se dijo, “libre, dura y solitaria. La verdad es que él me necesita más a mí que yo a él”.

¿Me necesitas realmente? Quiero decir, con honestidad: ¿me necesitas de veras?

José bebió un poco de coñac, dándole vueltas a la pregunta. Frotó con el dedo el vasito de plata.

—En realidad nadie necesita a nadie —contestó al fin