Alma Delia Murillo

Lo que pasa es que a veces las mujeres nos empeñamos en no leer las señales que ellos mandan luego de eyacular, que se convierten en una radiografía masculina de una nitidez escalofriante y fascinante.

En general, los únicos que valen la pena son los que te contemplan en silencio.

Después del sexo, los hombres siempre preguntan si te gustó, qué necedad. No saben que la mejor manera de coronar un orgasmo es con el silencio. Y desde luego tampoco saben que las mujeres responderemos sí, y que, por supuesto, estaremos mintiendo.

Los raros estamos condenados a querer de un modo estúpido y eso es garantía de que todos nos van a romper el corazón: las amigas, los novios, los maestros, todos.

Con los años he aprendido que después del sexo se puede saber perfectamente quién es el tipo que está a tu lado en la cama, porque los hombres dicen de un modo transparente con sus acciones todo lo que no dicen con palabras.

Estoy harta de aprenderme nombres, manías, restaurantes preferidos, bebidas favoritas. Harta de esmerarme para estar bonita, depilada, lubricada y caliente cuando voy a verlos. ¿Y por qué? ¿Quién me lo pide? Nadie. Mi verdugo soy yo misma, lo sé.

Así que aquello de «la suerte de la fea» debería cambiar: feas y bonitas sufrimos al parejo y se nos va la vida buscando el amor, la aceptación, y yo qué sé qué más.

La tarde que encontré tu ausencia se me olvidó mi nombre detrás de la puerta, se me olvidó mi cuerpo.

el amor no cabe en el tiempo.

Tal vez el verdadero amor se reduce a eso: a encontrar al cómplice de tu vida.