Si hay que silenciar como nefastas las cosas que las corrompidas costumbres de los hombres tornan insólitas o absurdas, entonces, muchas cosas tenemos que silenciar los cristianos. Casi todo lo que Cristo nos enseñó y que, sin embargo, nos prohibió silenciar. Antes bien, nos mandó predicar en los tejados lo que se nos había dicho al oído. La mayor parte de su doctrina está más lejos de las costumbres de los cortesanos que lo pudiera estar mi discurso. Verdad es que muchos predicadores, como gente avispada que son, parecen haber seguido tu consejo. Al ver que la ley de Cristo encajaba mal en la vida de los hombres, han preferido adaptar el evangelio a la vida, moldeándolo como si fuera de plomo. ¿Y qué han logrado con tan peregrino proceder? Nada, si no es poder ser peores con mayor impunidad.