Ella no había comprendido el sentido de la frase, ni aquel día ni años después, cuando la abuelita la encontró llorando porque sus padres se iban a divorciar y murmuró secándole las lágrimas con un pañuelo de batista: “El problema de tu madre, Isabel, es que no conoce las vías del secreto y la lógica de su sabiduría”. Ahora, en cambio, pensó un segundo antes de dormirse, la idea le resultaba clara, tan simple y clara como las aguas de un torrente visto alguna vez en Barlovento.