Entre las nuevas connotaciones del término, a más de maldad, don Ignacio intuyó algo así como optimismo («logofilia, eso mismo, logofilia: alguien controla lo decible porque el poder está secretamente “archivado” en el lenguaje») disfrazado de pesimismo («logofobia: hay que huir del lenguaje, eso sí, no con el silencio sino con palabras y más palabras»). El optimismo es tal, pensaba don Ignacio, que hay que dotar a la idea de «poder» de coherencia y clara dirección, para eso, para ser poder («mucho presumir»). Así, «archivo resulta, primero, una voluntad y, después, coherente, por ello ordena, manda, archiva, cataloga, establece las leyes de memoria y de olvido. ¡Vaya confusión!».