Las naciones serían, según la original y afortunada expresión de Anderson –que ha sido repetida ad nauseam por los científicos sociales posteriores–, «comunidades imaginadas», o imaginarias, entes sólo existentes en la mente de sus seguidores, que presentan a los grandes grupos humanos en los que el individuo está inmerso como «fraternidades» donde reina una cierta igualdad y camaradería interna a pesar de las distancias geográficas y las diferencias ideológicas o de clase social. Otra originalidad de Anderson era que retrotraía los orígenes de este sentimiento comunitario a la revolución técnica en los medios de comunicación que se inició con la imprenta y a las grandes conmociones derivadas de las guerras de religión. Fue entonces cuando se extendieron en grandes territorios europeos textos –biblias, al principio– escritos en una misma lengua, lo cual posibilitó la creación de nuevos espacios mucho más amplios que los anteriores con una homogeneidad cultural interna. De los textos religiosos, la imprenta pasó a difundir textos literarios, que también fomentaron la identificación colectiva con ciertos personajes y episodios imaginarios, y en épocas posteriores se difundieron mapas, imágenes, objetos de culto, libros de historia,