—De nuevo me dejas sin palabras —le confieso.
—Eso pretendo —me dice mientras se acerca a mí y me agarra por la cintura—, tú eres la que me dejas sin palabras —me susurra al oído. El calor invade de nuevo mi cuerpo. Ese calor que solo él me provoca, como un pirómano que incendiara cada parte de mi ser con tan solo un roce, una palabra; como si sus palabras me produjeran la misma sensación que un gran sorbo de coñac en el estómago.
—¿Nos sentamos? —me dice mientras aparta la silla para que tome asiento. Es un perfecto caballero.