Si Daniel Innerarity sostiene en su texto que «toda gran obra de un gran artista está hecha de rupturas y discontinuidades», lo mismo puede decirse del arte en general. Como se recuerda a menudo, la tradición está estrechamente emparentada con la traición (pues ambos términos derivan del verbo latino «trado»). Si nos fijamos en la historia del arte, de la filosofía o de la literatura, se puede afirmar que toda gran tradición es una sucesión de auto-traiciones, de negaciones internas. Así pues, se sería fiel a la tradición justamente cuando se la traiciona, si se la abre a lo ajeno para contaminarla, enriquecerla. En cambio, se estaría traicionando el espíritu de la tradición cuando se la preserva en un estéril tradicionalismo. Ahora bien: traicionar algo es muy difícil, pues solo se puede traicionar lo que se ha amado, y para amar algo es preciso conocerlo muy bien. La «(trans)formación», por tanto, propone la hibridación y la mezcla de las tradiciones culturales, frente a una innovación absolutamente ciega ante el pasado, que lo ignora o que, en el mejor de los casos, lo trata como un repositorio mecánico de información, un almacén sincrónico de Big Data sin ningún espesor histórico.