Fue el respaldo del padre Francisco Míguez, un cura aficionado al fútbol, fundador del Sporting y enamorado del juego de Anita, el que evitó que terminara en la cárcel acusada de alteración del orden público. La insultaron, la detuvieron en varias ocasiones e incluso le raparon el pelo, pero sin duda el castigo más doloroso debió ser la prohibición de entrar en el recinto deportivo del Sporting de Málaga, probablemente el único lugar donde encajaba y se sentía libre. Para evitar la presión social de la capital malagueña, Veleta, mujer en la calle y hombre en el campo, decidió cambiar de aires —de ahí su mote—. En Vélez Málaga pudo seguir jugando al fútbol hasta principios de los años treinta