Rosa María García

Asumen que estamos afirmando saber cómo se sienten las otras mujeres, cuando en realidad todo lo que decimos es que la identidad que más encaja con nuestras experiencias del género es la identidad de mujer.

Una parte de la gente que conozcas o bien resulta tener un sexo diferente al que le asignaron al nacer, o bien se identifica con un género distinto al que puedas asumir que es. Y si esto te incomoda, solo es porque prefieres no vivir en la realidad.

La sexualización, por otro lado, tiene el efecto contrario: en lugar de empoderar a la persona, se usa para hacer uso del poder sobre ella.

la sexualización que se produce tanto en el imaginario de los medios y en el acoso público refuerza una dinámica de poder entre los sexos, por la cual los hombres son siempre vistos como depredadores y las mujeres como presas.

En esta cultura, en la que ser mujer y ser femenina suponen ser objeto de lo que parece ser una interminable campaña de difamación, no hay acto más valiente —especialmente para alguien cuyo sexo asignado al nacer es masculino— que aceptar la feminidad propia.

la liberalización de las normas de género que han experimentado las mujeres a lo largo del último siglo no ha correspondido de forma siquiera parecida en los hombres.

Como se piensa que la feminidad es inferior a la masculinidad, cualquier hombre que se presente de un modo «afeminado» o feminizado perderá bruscamente su estatus y el respeto de los demás

No es arriesgado decir que, a pesar de que somos más de la mitad de la población, en nuestra sociedad androcéntrica las mujeres estamos marginadas.

Porque el orgullo masculino no tiene que ver solo con el orgullo. Tiene que ver con el miedo, el miedo a ser visto como alguien afeminado. Y por eso las «cosas de chicas» son peligrosas.

El sexismo por oposición sirve para legitimar la expresión femenina en las mujeres, y deslegitimarla en los hombres (y al contrario con la masculinidad).