¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Lupe, extrañada.
—Ha habido… Bueno, tu padre te lo dirá. Hoy no hay clase.
—¿Cómo que no hay clase? —exclamé, anonadada—. ¿Por qué no?
—¡Basta de preguntas! —replicó la profesora, y de repente su cara palideció al ver algo a nuestras espaldas.
Nos giramos y vimos un carruaje tirado por dos sementales pardos, que avanzaban lentamente por el camino lleno de baches que llevaba al pueblo. Los animales parecían inquietos, caracoleaban y agitaban sus crines. Dos hombres permanecían apostados al lado del conductor y el sol hacía brillar las hojas de sus espadas.
Las cortinas azules del carruaje estaban echadas, para proteger a los pasajeros del calor. Pero incluso a esa distancia, divisé al trasluz de la seda azul la silueta corpulenta del Gobernador y la menuda figura de su esposa.