La osadía de ser educador implica rechazos y aceptaciones: el rechazo a una burocratización de la mente y el repudio de la concepción del niño como un receptáculo que nos hará lucir y ganar prestigio; conlleva el rechazo a un oficio mecanicista, repetitivo, con escaso reconocimiento; supone la decisión de rehusarse a que las condiciones exteriores imperen en el ánimo y en el aula; obliga a descartar la pobreza de ideas; entraña una lucha tenaz contra la pasividad dócil y frente a los límites que encierran a la creatividad; implica, por otra parte, la aceptación de un reto, de una capacitación constante, más allá y más acá de lo que las autoridades escolares pretenden