Amélie Wen Zhao

ade: joyas que resplandecían como la luz del sol, especias que evocaban sabores de tierras que Lan jamás había visto y telas que destellaban como el mismísimo cielo nocturno. El corazón de Haak’gong latía con un sonido que recordaba bastante a un tintineo de monedas. La sangre de la ciudad era el flujo del comercio, y sus huesos no eran más que los quioscos de madera de los mercados. Era un lugar para supervivientes.

Lo que tú digas, Viejo Wei —replicó, al tiempo que se apoyaba en el mostrador y descansaba el mentón entre las manos.

El Viejo Wei creía con pasión en aquellos míticos héroes llamados practicantes, los que en su día caminaron sobre las aguas y volaron sobre las montañas, y que también empleaban la magia y aniquilaban demonios. Quizá fuera todo cierto, pero había sucedido hacía mucho, mucho tiempo.