Me comprendía vivo por casualidad; de la muerte no me había separado sino un salto de desesperación. Y si hubiera muerto, ¿qué importaba? El desprecio a la vida dio un soplo y el miedo se me esfumó como el humo de una granada, quedando limpísimo un cielo de indiferencia. Después de la catástrofe, que no alcanzaba a imaginarme, del “Km. 1 313”, ¿qué más podía venirme? Mis piernas fueron recobrando su firmeza, mi cuerpo su aplomo, mis pensamientos su coordinación.