Susanna Kaysen

Cuando me metió los dedos en la boca, me supieron a cera de oídos.

Veinte aspirinas, un pequeño corte en las venas del brazo, tal vez un mal rato durante media hora de pie en un tejado: todos los hemos tenido.

El suicidio es una forma de asesinato, un asesinato premeditado. No te suicidas la primera vez que piensas en hacerlo. Tienes que acostumbrarte. Y necesitas los medios, la oportunidad, el motivo. Un suicidio exitoso exige buena organización y cabeza fría; ambas suelen ser incompatibles con el estado mental del suicida

Todo lo que pensaba o hacía de inmediato quedaba arrastrado por la disyuntiva: “Hice un comentario estúpido, ¿por qué no me suicido?”. “Perdí el autobús, mejor ponerle fin a esto”. Hasta las cosas buenas entraban: “Me gustó esa película, quizá no debo matarme”.

La realidad se me estaba volviendo demasiado densa.

Mi ambición era negar. El mundo, denso o hueco, solo provocaba mis negaciones. Cuando debía estar despierta, dormía; cuando debía hablar, callaba; cuando un placer se me ofrecía, lo evitaba. Mi hambre, mi sed, mi soledad, mi aburrimiento y mi miedo eran todas armas dirigidas a mi enemigo, el mundo.

viscosidad provoca la inmovilidad de la desgana; la velocidad provoca la inmovilidad de la fascinación

Un observador no puede saber si una persona está callada y quieta porque su vida interior se ha estancado o porque su vida interior está demasiado ocupada de una manera paralizante.

¿Qué es peor, la sobrecarga o la infracarga? Yo nunca tuve que elegir, afortunadamente. Una u otra se hacían valer, se abalanzaban o goteaban por mí, y pasaban.

Intentaba explicarme a mí misma mi situación. Mi situación era que estaba sufriendo y nadie lo sabía; hasta a mí me costaba saberlo. Así que me repetía una y otra vez: “Te duele”. Era la única manera de llegar a mí misma (“contrarrestar la sensación de ‘entumecimiento’”). Yo estaba demostrando, en el exterior y de una forma irrefutable, una condición interna