André Breton y Jacques Vaché tenían la costumbre de pasar las tardes de cine en cine, abandonando las proyecciones a medias, dejándose guiar por el azar. Breton escribió en el Manifiesto surrealista: «¿El cine? Bravo por las salas oscuras».13 Y más tarde, rememorando aquellos días de juventud, dijo: «Lo que más valorábamos del cine, hasta el punto de no interesarnos por nada más, era su poder desorientador, que funciona en varios niveles y admite distintos grados. Lo verdaderamente maravilloso, que hace palidecer las virtudes de cualquier película, es la facultad del espectador que entra en un cine para abstraerse de su propia vida, al menos en la gran ciudad, tan pronto como cruza una de las puertas apagadas que dan a la oscuridad».14