Estoy en la autopista US-1, a unos cien kilómetros al norte de donde ha caído el meteorito. Es lo más cerca que hemos podido llegar, incluso en avión, debido al intenso calor. Mientras volábamos, hemos sido testigos de una escena de horrenda devastación. Es como si una mano hubiera atrapado la capital y se la hubiera llevado, junto con todos los hombres y mujeres que residían en ella. En este momento, se desconoce el estado del presidente, pero… —Se me encogió el corazón cuando se le quebró la voz. Había escuchado a Williams informar sobre la Segunda Guerra Mundial sin tartamudear ni una vez. Más tarde, cuando vi desde dónde había informado, me sorprendió que hubiera sido capaz de pronunciar ni una sola palabra—. Pero de Washington no queda nada.