Creo que cuando escribo no veo las palabras, veo las cosas. Que pueden ser muy fugaces, abstractas, sentimientos, o, en cambio, concretas, escenas, imágenes de la memoria. Las palabras acuden sin que las busque o, al contrario, exigen una tensión extrema, no un esfuerzo, una tensión, para que se ajusten exactamente a la representación mental. En cuanto al ritmo de la frase, no lo trabajo, lo oigo dentro de mí, me limito a transcribirlo.