A los académicos europeos y norteamericanos les fascina, por lo exótico, porque la miran con los románticos ojos del antropólogo y del sociólogo. Les atrae porque es mexicana, colorida, tercermundista. Además, es un fantástico proyecto para obtener financiamiento de sus universidades. Muchos ven en ella, correctamente, un intenso sincretismo, tan común en la historia de América Latina. A la jerarquía católica, la religión predominante en México, le repugna; la tacha de figura de culto satánico, asociada al crimen organizado; las autoridades gubernamentales la miran con recelo, le niegan reconocimiento oficial y destruyen sus solitarios santuarios en las carreteras plagadas de crimen del norte del país. No obstante, entre sus fieles —además de presos, narcotraficantes y muchas personas bien intencionadas que buscan alternativas espirituales— también hay algunos trabajando del lado de la ley, especialmente policías y soldados.
Se trata de la Santa Muerte, una esquelética figura vestida de santa católica, que sus devotos subieron a los altares sin pedir permiso de nadie; de ellos recibe no sólo veladoras, rezos y peticiones, como cualquier santo; también le dirigen palabras que para el observador externo parecerían broma: hermosa, flaquita, niña linda, madrecita, y en el colmo de la confusión, hasta “virgencita”.
Definir lo que es una religión siempre ha sido una tarea complicada, pero si entendemos a ésta —al menos en parte— como un sistema de creencias totalizador sobre la creación y la propia existencia, el propósito y destino final de ambas cosas, y/o un sistema ético sobre conductas aceptables y no permitidas, el culto a la Santa Muerte está lejos de ser una religión. Tampoco es una secta, porque al parecer nadie, o casi nadie, tiene intenciones de crear un cisma con la iglesia católica; mucho menos de ofrecer otra interpretación de la Biblia; de hecho, la mayoría de sus devotos se declaran católicos. Tampoco es un “culto” en el sentido tradicional de la palabra: no hacen proselitismo activo, no tienen una figura carismática, no se entra bajo presión ni se le impide salir a nadie. ¿Qué es entonces el movimiento de la Santa Muerte?
Como práctica, ha copiado intensivamente del catolicismo, la santería e incluso del New Age, todo depende del líder en turno y de la región de la que estemos hablando, desde Centroamérica hasta Chicago. En la variedad más parecida al catolicismo, existen imágenes del esqueleto vestido con un manto verde con estrellas y borde dorado, y rayos de luz saliendo de su cabeza: una imagen en negativo de la Virgen de Guadalupe. “Es nuestra madrecita, nuestra flaquita, ella siempre nos cuida”, dice una mujer anónima que se refiere a la Santa Muerte de la misma forma en que los guadalupanos se refieren a María. Aunque descarnada, la Santa Muerte es, sin duda alguna, una figura femenina.
Pero no es sólo el atuendo de la Virgen de Guadalupe lo único que ha tomado prestado la “niña blanca”. De hecho, una de las características de este culto es su extraordinaria elasticidad. A todo se adapta. Cualquiera puede dogmatizar. Todos contribuyen de acuerdo a su sentir y experiencias. Los jóvenes cholos prefieren portar una imagen que recuerda más a las portadas de los álbums de Iron Maiden, y las ancianas de Tepito a la de algún altar de pueblo, con flores en la cabeza y manto con bordados. Por eso, para un observador despistado, al mirar las veladores, las flores, oír el murmuro de los rezos y notar la insistencia en obtener milagros, la Santa Muerte parecería un santo católico más. Pero el culto a la “flaquita” no sólo no es aprobado por ninguna denominación cristiana; ni siquiera es tolerado.