no somos más que un cauce en cuyo interior avanza un río oscuro, arrastrando memorias de follajes, de cielos; abriéndose paso entre piedras broncas a las que afina con una caricia lenta, mil veces repetida. A ratos, la corriente discurre por una extensión libre y sin término. Entonces lo que era un rumor oscuro, inarticulado, gemido ronco, se vuelve música. Ah, cuando se ha escuchado ya no se acierta a vivir sin ella. Y, de pronto, sin motivo, sobreviene la mudez o la sordera o ambas cosas. Hay una grieta en el fondo y el río se hunde allí y no queda sino una sequedad espantosa. Meses, años de búsquedas sin dar con una gota de agua.