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Leslie Jamison

La huella de los días

  • Victoria Victoriahas quoted4 years ago
    «Tenía dos ansias y ambas luchaban entre sí –escribió Rhys en su diario–. Quería sentirme amada y quería estar siempre sola.»1
  • Victoria Victoriahas quoted4 years ago
    Mi yo borracho era como una prima ridícula de la que me sentía responsable, una huésped en el bosque de cuyas acciones era indudablemente culpable, aunque no recordara haberla invitado
  • Roxana Lezamahas quoted4 years ago
    esa chica que quería expresar la inmensidad de lo que sentía y para hacerlo usaba lo que tenía más a mano
  • Rafael Ramoshas quoted2 days ago
    Gracias a su padrino, descubrió una cita de G. K. Chesterton que acabó haciendo suya: «Cuán más grandiosa sería tu vida si tu ser empequeñeciera en ella. Te descubrirías bajo un cielo más libre, en una calle llena de maravillosos desconocidos.» Jackson había encontrado un grupo de maravillosos desconocidos, o por lo menos lo bastante maravillosos, en las sillas plegables de incontables sótanos de iglesia repartidos por Nueva Inglaterra, donde compartían vivencias y cambiaban el abandono que brindaba el alcohol por una libertad distinta.
  • Rafael Ramoshas quoted2 days ago
    Alexander insiste en que los miembros de AA son como diabéticos y que salvar a otros alcohólicos es su insulina. No los describe como santos desinteresados, sino como personas cuya propia supervivencia pasa por sentirse útiles.
  • Rafael Ramoshas quoted7 days ago
    Cuentan que tienen botellas de cuarto de litro de ginebra escondidas detrás de cuadros y en alijos repartidos entre el sótano y la buhardilla, que pasan días enteros en una sala de cine para evitar la tentación de beber, que se escabullen del trabajo varias veces al día para engullir una copa. Cuentan que los han despedido o que sisan dinero del monedero de sus esposas, que le echan pimienta al whisky para que tenga más chispa, que beben sedantes con angostura, enjuague bucal o tónico capilar. Que se plantan cada día delante del bar de la esquina diez minutos antes de que abra. Cuentan que las manos les tiemblan tanto que son incapaces de llevarse un vaso a los labios sin derramar su contenido; que beben cualquier tipo de alcohol en una jarra de cerveza porque pueden estabilizarla con ambas manos, aun a riesgo de romperse un diente; que se ven obligados a anudar el extremo de un paño en torno a un vaso para luego pasárselo alrededor del cuello y tirar del extremo libre, «como si de una polea se tratara, para acercarse el vaso a la boca»; que sus manos tiemblan de tal modo que parecen a punto de desgajarse del cuerpo y echar a volar; que se pasan horas sentados sobre las propias manos para impedir que lo hagan.
  • Rafael Ramoshas quoted7 days ago
    Es una recaída narrativa. Por un instante, la voz de Wilson pierde la sobriedad y recupera el engreimiento propio del alcoholismo, que lo lleva a presumir de sus proezas financieras. Por un momento, ese afán de desnudarse ante los demás da paso a su siniestro alter ego: el autobombo. Es algo que suele pasar cuando la narración asume la forma de una conversación. ¿Qué pasa si tu afición a contar anécdotas de los viejos tiempos saca a relucir esa parte de ti mismo que sigue queriendo recuperarlos? Pero Wilson lo reconoce –el desliz, la sigilosa invasión del orgullo– y, al confesar que su viejo ego beodo ha secuestrado momentáneamente el relato, confía en poder rescatarlo.
  • Rafael Ramoshas quoted7 days ago
    Había un hombre llamado Keith que vestía un chándal de poliéster y no solía abrir la boca, hasta que un día dijo simplemente: «Cuando bebo, la esperanza muere en mi interior.» Felix, un heroinómano entrado en años que lucía un gorro rojo, dijo que le encantaba notarse hambriento, pues era la forma que tenía su cuerpo de decirle que quería seguir vivo.
  • Rafael Ramoshas quoted20 days ago
    En Iowa, le pedía una y otra vez que nuestras vidas estuvieran más interconectadas –haciendo hincapié en esa palabra, «interconectadas», para describir ese vínculo del que creía que carecíamos–, pero esta petición venía motivada tanto por el miedo como por el deseo: el miedo a que me abandonara, a que me considerara insuficiente. Y, a decir verdad, una parte de mí ya no deseaba en absoluto que nuestras vidas se interconectaran y, de hecho, prefería las noches que pasábamos separados. Si Dave volvía a casa tarde, yo podía beber a solas y, si estaba dormido cuando yo llegaba a casa, podía seguir bebiendo por mi cuenta sin tener que explicarle por qué estaba borracha perdida, ni por qué quería seguir emborrachándome. Beber me resultaba más fácil en la habitación a la que llamábamos mi estudio, donde él no podía entrar sin al menos llamar a la puerta. Quería a Dave más de lo que nunca había querido a nadie, pero también quería que se quedara al otro lado de la puerta: a este lado estábamos mi whisky y yo.
  • Rafael Ramoshas quoted21 days ago
    Esa noche, Dave me rodeó las piernas con los brazos y dijo: «Quiero meterme dentro de tu cabeza y luchar contra esa forma de pensar hasta acabar con ella o hasta que ella acabe conmigo.»
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