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Pedro Juan Gutiérrez

Mecánica popular

  • antonio hernandez alvarezhas quoted4 days ago
    En esa semana, Carlitos leía a Marcuse, Eros y civilización: «El orden no represivo es esencialmente un orden de abundancia: el constreñimiento necesario es provocado por lo superfluo antes que por la necesidad.
  • antonio hernandez alvarezhas quoted5 days ago
    Su vida era una mezcla de epicúreos y estoicos. Y un poquito de cínicos.
  • antonio hernandez alvarezhas quoted5 days ago
    En su mente repetía con insistencia unos versos: «Todo ángel es terrible. / Y sin embargo, yo los invoco, / mortíferos pájaros del alma».
  • antonio hernandez alvarezhas quoted5 days ago
    ¿Qué somos? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Por qué estamos aquí? Quizás somos infinitos, como los números, que no tienen principio ni fin.
  • antonio hernandez alvarezhas quoted13 days ago
    –En este mundo no se puede ser bueno y noble. ¿Quién es bueno y noble? ¡Nadie! ¡Nadie es bueno y noble! Cuanto más desconfiao y más hijo de puta mejor vives.
  • Rafael Ramoshas quoted3 months ago
    Carlitos se quedó como noqueado junto al teléfono. Sacó cuentas: fueron dos meses. O poco más. Fue divertido. Y ahora debe tener otro hombre.
    No se le ocurrió pensar que Gilda se había aburrido de la rutina y la monotonía y no le encontraba sentido a prolongar la sordidez de aquellos encuentros. Para Carlitos era pura poesía. Pero Gilda no veía poesía. Veía sordidez.
  • Rafael Ramoshas quoted3 months ago
    Bebían, fumaban, escuchaban música, conversaban hasta la noche. Y la pasaban bien. Al día siguiente, lunes, retorno a la rutina nuestra de cada día.
  • Rafael Ramoshas quoted3 months ago
    Cuando se sentía mejor, al mediodía, agarraba su bicicleta y se iba a casa de su amigo Fabián. Era pianista. Un tipo culto. Tenía una pequeña biblioteca muy especial. Le prestaba libros. La rama dorada, La imaginación sociológica, Así habló Zaratustra, Eros y civilización, ¿Qué es la literatura?, Historia social de la literatura y el arte, Mi lucha.
    Ahora Carlitos le devolvía Dublineses y se llevaría otro. A Fabián le encantaba el personaje de Leopold Bloom. A Carlitos le parecía falso y previsible. A veces iban más amigos. Bebían, fumaban, escuchaban música, conversaban hasta la noche. Y la pasaban bien. Al día siguiente, lunes, retorno a la rutina nuestra de cada día. Carlitos creía que llevaba una buena vida. Antes era solo un guajiro, vendedor de helados, como su padre. Ahora, peor, trabajaba en la construcción, con gente bruta y violenta. Era un guajiro con pretensiones. Con ansias de llevar una vida sin rutinas ni repeticiones, con algo nuevo y distinto cada día. Creía que era posible. ¿Por qué no?
  • Rafael Ramoshas quoted3 months ago
    –Mira qué bien. De la construcción a locutor.
    –Periodista.
    –Periodista y locutor. Con esa voz tan linda... cuando estamos en la cama y me hablas bajito... me dan ganas de llorar... Nunca me había enamorado, Carlitos. No te imaginas cómo te quiero. El amor es dolor.
    –Ah, no seas patética. El amor es una cosa y el dolor es otra.
    –Tú eres muy joven.
    Silencio. Carlitos respiró profundo. El olor del mar y el aire con salitre. No comentó nada del psicólogo. Ni de las cuevas oscuras con monstruos negros que le daban miedo, escondidos, dispuestos a saltarle encima y morder como fieras en cuanto él se descuidara.
  • Rafael Ramoshas quoted4 months ago
    A Carlitos solo le gustaba remar, estar fuerte, disfrutar aquellos momentos de soledad en medio del río, remando duro a contracorriente y sentir sus músculos y su cuerpo sólido. Concentrarse bien. A veces cerca de él pasaba algún tiburón. También iba río arriba. Hasta el matadero. Unos cuantos tiburones cada día. Comían los intestinos de las vacas, los cascos y otros restos que lanzaban a la orilla del río. Los tiburones tragaban todo aquello. Lo despachaban con unas cuantas mordidas. Y de nuevo bajaban, plácidamente, hasta el mar. Se guiaban solo por el olor. Podían oler aquella sangraza a kilómetros de distancia. Iban directamente, muy enfocados. Se llenaban la panza y de nuevo bajaban al mar. Satisfechos y felices. Sin detenerse jamás. Si descansaban se morían. Carlitos los miraba tan decididos y se decía a sí mismo: no se complican la vida. Van directo a comer esa carroña y son felices. Como yo. Soy feliz remando. No quiero competencias ni premios. No lo necesito. Mortíferos pájaros del alma.
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