Me dijo, ese día, que nosotros estábamos juntos por una mutua mediocridad, por una comodidad compartida. Una comodidad espiritual que se refleja en la forma de nuestros cuerpos, cada vez más hinchados y opacos; comodidad que nos estanca en esta casa con patio y lavadero a las afueras del pueblo. “Nos estancamos, cada uno en lo suyo, Martín”, me dijo. “Vos, como arquitecto, en tu empleo estable en la municipalidad. Y yo, en mi cargo de maestra titular en la escuela. Estamos juntos, Martín, porque le tenemos miedo al futuro”.