El libro de las hermanas

Sin saberlo, llevaba cerca de dieciocho años acumulando palabras de amor que solo pedían poder desparramarse. Ya le había dicho palabras así a su hermana. Sin embargo, escribirlas era otra historia. Se trataba de otra función del lenguaje. Era como cantar después de haber hablado durante mucho tiempo. El canto provenía de una voz distinta, que implicaba al alma.

Para el común de los mortales, la música constituye una pasión adolescente. Siguen leyendo, siguen viajando, siguen iniciándose en cocinas exóticas y conociendo gente. Pero invítalos a escuchar una melodía nueva y tropezaréis con: «Yo, ¿sabes?, me quedé en los Beatles», a los que, por cierto, ya nunca escuchan.

El trigo verde, de Colette

–Los ojos son mi punto débil.

–Son el punto débil de toda nuestra especie. Nos vanagloriamos de ver los colores, cuando solo detectamos una gama. Nuestro oído, por inútil que sea, puede oír hasta ocho octavas. No le sorprenda que la vean poco. Su belleza no es llamativa, pero cuando uno la percibe, no ve nada más.

Tras esta declaración, el desconocido se marchó.

Racine, Michaux, Duras...

En 1991, dos adolescentes muy apegadas solo tenían el teléfono fijo para comunicarse

Villon, Chénier, Diderot, Balzac, Stendhal, Hugo, Zola, Proust, Cocteau, Aragon,

canción de Queen: «Fat bottomed girls, you make the rockin’ world go round

llegaría hasta mucho más tarde. Mientras tanto vivía la fiebre de

Quién me iba a decir que me gustaría un militar