El día del reencuentro, Dalia conversó mucho. La segunda tarde apenas abrió la boca. Manuel nunca había visto morir a nadie, pero ahí, con su mamá, pensó que se parecía a un parto. Pese a la tristeza, sintió que algo se liberaba y que lo que realmente hicieron, él, su padre y sus hermanas, fue ayudarla a morir. El tercer día se aferró a la mano de su mamá solo para escucharla respirar. Toda su atención en el aire que entraba y salía, y cada vez más débil. Desaparecía, como la huella de vapor en un espejo. Hasta que se detuvo. Esa nada húmeda habló por ella, le dijo adiós.