El amor se malinterpreta como si fuera una emoción; en realidad, es un estado de conciencia, una manera de estar en el mundo, una manera de verse a uno mismo y a los demás. El Amor a Dios, a la naturaleza o incluso a nuestra mascota abre la puerta a la inspiración espiritual. El deseo de hacer felices a otros permite superar el egoísmo. Cuanto más amor damos, mayor es nuestra capacidad de darlo. Una buena práctica inicial es la de desear el bien a otros a lo largo del día. El amor florece en una actitud amorosa, que se vuelve progresivamente más intensa, alegre y no selectiva.