Desde hace algún tiempo Tomás Calvillo le viene tomando el pulso al paso del tiempo, un tiempo que no respeta y no da respiro a nadie. Ni al tiempo de los políticos, ni al tiempo de los empresarios, ni al tiempo de los académicos, mucho menos al hombre y a las mujeres de a pie. Por eso, al ritmo de una escritura pausada, casi aforística, el final de este escrito, pese a todo, no puede ser más esperanzador.