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Clara Janés

María Zambrano. Desde la sombra llameante

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  • Raul I Lemuz Rhas quoted14 days ago
    Esa verdad, para ella, era «ser pobre. No pretender que nada nos cubra de esplendor, ni aparecer de ninguna manera ante nadie, apreciar sólo lo necesario sin darle importancia: ir rectamente hacia el corazón de las cosas; tratar al prójimo sin temor, ni vanidad, porque ya lo había visto, eran eso: el prójimo [...]»15.
  • Raul I Lemuz Rhas quoted14 days ago
    No tendré pues enemigo, ni creeré que nadie me ama especialmente, ni menos lo desearé, que antes me devoraba ese deseo de que me quisieran, de ser amada.
  • Raul I Lemuz Rhas quoted14 days ago
    onfiesa: «Trabajosamente había asistido sin perder apenas una, a las clases de Metafísica de Ortega de tan deslumbrante claridad... era tan claro y sin embargo apenas había entendido alguna cosa». Y es que ella detestaba los sistemas filosóficos, porque le parecía que ya no tenían la capacidad de interpretar la realidad. Eran «castillo de razones, muralla cerrada del pensamiento» (Filosofía y poesía7). El pensamiento, veía ella, se relaciona con lo íntimo de la existencia: «El pensamiento, por lo visto tiende a hacerse sangre. Por eso pensar es cosa tan grave»8.
  • Raul I Lemuz Rhas quoted14 days ago
    si había que ser siempre lo que ya se era, si siendo niña no podría ser nunca un caballero, por ser mujer. Y esto me quedó en el alma, flotando, porque yo quería ser un caballero y quería no dejar de ser mujer».
  • Raul I Lemuz Rhas quoted14 days ago
    Y me decía a mí misma que, al no ver y no poder leer, por las noches –pues padecía de insomnio– preparaba mentalmente el recibimiento de la persona que acudiría a visitarla, de modo que cada vez el encuentro era una creación. Así en el diálogo no se daba ni un momento vacío, ni una salida del pentagrama trazado, y ella lo orientaba siempre hacia lo profundo del tema que le inspiraba el que tenía delante, abarcándole. María dirigía la conversación como uno imagina pudo haber hecho Sócrates mediante aquel procedimiento llamado mayéutica que consistía en preguntas a través de las cuales lograba que fuera el interlocutor quien llegara a la conclusión por él deseada. Cuando estábamos a solas, siempre se revelaba su don de magisterio, su incitar al saber, su modo de abrir el horizonte a la mente ávida de saber.
  • Raul I Lemuz Rhas quoted2 months ago
    Era una mujer que yo imaginaba rodeada de libros y atenta sólo a los frutos de su inteligencia.
  • Ana Saenzhas quotedlast year
    Llegar a semejante estado me pareció, desde niña, la meta óptima. Por esta causa, a veces, me levantaba cuando aún era de noche y salía al jardín a ver los astros y la oscuridad, mientras los demás dormían. Por esta causa fue precoz mi experiencia del alba y, más adelante, sentí el alba como resurrección o amor.
  • Ana Saenzhas quotedlast year
    Ese astro, rumor para María, cruzado por el tiempo, es decir, orientado a la muerte, lleva a Diótima a sentirse sumida en la oscuridad y a considerar la vida como un mar. Se diría que la envuelven velos diversos, como a la Voluntad Suprema hindú, antes de que se originara la vibración primera que lanzó a Shiva a la danza cósmica. Diótima oye entonces la canción del agua e inicia el canto y la música se adueña de ella y es penetrante como la herida. En su soledad, una noche, una única noche, la sacerdotisa siente que alguien ama a su alma errante, y el que la ama, el amante, la conduce «hasta el borde mismo del alba»303 y, entonces, la envuelve un olor a violetas.
  • Ana Saenzhas quotedlast year
    Ir hacia lo desconocido era lo natural en María y, como consecuencia, avanzaba por un camino indescifrable. En esa senda oscura, halló pronto el enigma de la ebriedad y entendió que, desde el fluctuar, se puede emprender el vuelo. Por ello no se apartaba de la poesía y enraizó su pensamiento en la «razón poética».
  • Ana Saenzhas quotedlast year
    María hablaba y me envolvía en su voz como en un círculo mágico, y yo dejé fluir la mía relatándole mi experiencia: cada día me despertaba la luz de la estrella de la mañana. Subyacía en nuestras palabras un enigma compartido: la fuerza del cosmos nos conducía sin más al interior del verso de San Juan de la Cruz: «en par de los levantes de la aurora», de modo que vivíamos el alba como resurrección e intuíamos que las palabras del místico islámico Hal.laj: «El alba del Amado se ha levantado en plena noche, resplandece y ya no tendrá poniente»284 se encarnaban en la naturaleza. El cuerpo de ese Amado era acaso, precisamente, la luz –que Sohrawardi definió como lo único visible por sí mismo– o aquel rumor, el rumor de la vida que nace.
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