besé su mejilla, solo un poco cerca de la comisura de sus labios. Sonreí cuando, al verla, noté sus mejillas sonrojadas.
Me fui antes de que despotricara algo y seguí sonriendo porque, a pesar de su dureza, se mostró nerviosa por mi cercanía.
Sadashi Kishaba, aparte de engreída, podía llegar a ser interesante. Juntos éramos la curiosidad y el gato. Solo trataría de ser listo para no ser yo quien terminara muerto por sus garras porque, si de algo estaba seguro, era de que descubriría lo que se escondía detrás de aquella armadura de piedra