La fragilidad, el genio, la creatividad y la irracionalidad nunca dejarán de hostigarnos, siempre estarán allí para seducirnos y embrujarnos, serán deleite y tormento, porque nos muestran nuestros múltiples rostros, no solo la profunda oscuridad de la depravación, sino también la naturaleza casi milagrosa de aquello que consideramos normal, cotidiano y miserable: el sentido común. Aunque no cabe ninguna duda de que corremos un gran peligro al dejar que los espíritus de la sinrazón galopen fuera de control, libres y salvajes, tampoco podemos exorcizarlos del todo, porque sin ellos no solo seremos más pobres en muchos sentidos; sin ellos puede que no sobrevivamos.