Agustina, amor mío, no te tragues las palabras que te vas a atorar, pero mi voz no le llegaba, todo lo nuestro era extrañeza y distancia, éramos dos animales agotados que no logran acercarse el uno al otro pese a estar entre la misma cueva, mientras que abajo la ciudad palpitaba en silencio, agazapada y rota, como si la hubiera quebrado el horror de esa noche y ahora esperara el inicio de la próxima andanada.