Trono de cristal

—Hazme un favor, Celaena —le pidió Nox. El sonido de su verdadero nombre la sobresaltó. El chico se acercó para hablarle al oído—. Arráncale la cabeza a Cain —susurró con una sonrisa malévola.

La asesina sonrió a su vez y luego asintió.

Nox se marchó aquella misma noche. Se escabulló sin despedirse de nadie.

—Perfectamente —replicó ella, pero su voz era apenas un susurro. Si el príncipe la seguía presionando, se vería obligada a contárselo.

—¿Seguro que te encuentras…? —empezó a decir Dorian, pero Celaena se abalanzó sobre él y lo besó.

Se quedó petrificada cuando el príncipe se aproximó a ella, cada vez más cerca, mientras la mesa gemía bajo su peso. Dorian se detuvo a un cabello de distancia y la miró a los ojos.

—¿Vais a volver a besarme?

—Me gustaría.

Había gente buena: en el fondo, siempre había una pizca de bondad en todo el mundo. Tenía que haberla.

—¿Qué sentido tiene tener un cerebro si no lo usas para hacer juicios?

—¿Qué sentido tiene tener un corazón si no lo usas para ahorrarles a los demás los duros juicios de tu cerebro?

—¿Qué sentido tiene tener un cerebro si no lo usas para hacer juicios?

Luz y oscuridad. Vida y muerte. ¿Dónde encajo yo?

«Luz y oscuridad. Vida y muerte. ¿Dónde encajo yo?».

—¿Qué sentido tiene tener un cerebro si no lo usas para hacer juicios?