De la vida placentera en el hogar, de los indoor games, las rutinas y los pasatiempos domésticos hay que saltar —es necesario, obligatorio, no hay manera de evitarlo, aunque hagamos lo imposible por rechazarlo— al exterior hostil, caníbal, letal, que bloquea cualquier esparcimiento y reanudación de la dicha. La violencia del libro no pertenece a los crímenes de la vida real, y adquiere, por abstracta, un grado mucho más ominoso.