La noche de los trasgos

Sólo quienes no están atentos a la felicidad la dejan pasar”,

La abuela tenía una manera natural y reposada de aceptar el silencio de los que no quieren hablar

Apenas se sentaron sobre el tronco que hacía de mesa, Marcela reveló:

—Voy a tener un hermanito…, o una hermanita, no sé.

Camila estuvo a punto de soltar un “¡qué bueno!”. Afortunadamente se acordó de lo sucedido con Oriana y cambió el tono.

—Y, ¿cómo te sientes?

Haz lo que tengas que hacer, bien y completo. Un problema no se resuelve creando otros nuevos

La recibió con el saludo de siempre: “¡Bienvenido el sol!”,

Existen los problemas que no son míos, los que no me importan, los que no tienen solución, los que se resuelven solos y los que puedo resolver en cinco minutos. Lo mejor es ocuparse sólo de los últimos.

Era torpe en los deportes, mala para matemáticas y pésima en geometría; en cambio las palabras eran su especialidad, sobre todo ahora que su abuela Maruca empezó a olvidarlas y ella se encargaba de tenerlas a mano para que la anciana no se desesperara buscándolas.

para dejarse encontrar bastaban tres cosas: mantenerse en un lugar visible, cantar una canción que aquietara el ánimo y esperar pacientemente.

Cuando sus compañeros les echaron una porra, las tres amigas se miraron muy orgullosas de este trabajo que reforzaba el tejido de su amistad.

Camila la acompañó en silencio hasta que el dolor de su amiga fue tocando sus pequeños duelos, los reales, los temidos y los aún no imaginados. Lloró la muerte de su abuela, que ocurriría alguna vez; la ausencia de los hermanos que siempre quiso y no tuvo; la triste historia de Luci, a quien nunca entregó la diadema de luz. También la estremecieron temores y soledades hasta entonces nunca sentidos.