Una conclusión que podemos extraer es que la mayor dificultad que enfrentamos para cambiar la práctica científica no es cuestionar quiénes hacen ciencia, sino cómo la hacen. Es decir, si todas las investigaciones orientadas a estudiar las diferencias sexuales en el cerebro fueran lideradas por mujeres, ello no daría por resultado una ciencia no androcéntrica. E