Animales

No hay x e y, no hay causa y efecto. Nada es inevitable, porque no tiene tiempo de ser inevitable. Sencillamente, sois, todo a la vez. Vivir el momento no es siquiera una opción.

Ahí estaba la felicidad, durante un instante, en el alcohol inmaculado. Noté cómo la sangre se me cambiaba por el vodka y me encantó.

Para mí, el fin de la embriaguez no era crear sino destruir esa parte de mí misma a la que le importaba si creaba o no. Yo bebía por solidaridad con mi propio ser, para resolver mis batallas interiores o, al menos, para dejarlas congeladas.

Sabía a la perfección quién era. Y no hay nada más atractivo que alguien que sabe quién es, sobre todo cuando tú eres... en fin, un puto desastre.

Janet Fraser: «Todo el tiempo que me ahorro en depilación corporal se lo dedico a la revolución»

El universo no es indiferente; el universo se está divirtiendo.

Oí sonar el timbre dentro: «Para Elisa», de Beethoven, profanada en una vulgar versión electrónica, que envió a Jim dando vueltas al cementerio de mi corazón.

Los tratamientos anteriores habían dejado marca, una línea de huellas rojas que marcaban su piel desde la muñeca hasta el codo, como las pisadas de un diablillo.

Me agarró la mano y me obligó a parar. Me volví y lo miré. Todo había retrocedido hacia el interior, absorbido como la marea o el deshielo después de una glaciación. Sólo quedaban piedras mojadas. Una playa desierta. La morrena después del glaciar.

Miré por la ventana, por la ventana abierta. Ahí estaba la noche, dando golpecitos en los cristales. «Si me necesitas...» El universo estaba preparando palomitas en el microondas para ver el espectáculo. Dios estaba... Dios estaba en el bar si tenía un mínimo de sentido común.